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'¡No lloréis, preciosas!': una introducción al pop húngaro de los sesenta

El músico e investigador Alfonso Espiño indaga en la escena pop de Budapest a finales de los sesenta, ofreciendo una lectura en profundidad de las bandas que aparecen en el filme de Márta Mészáros.

La música y el cine se han unido en el mismo momento en el que nació la primera de las artes, produciendo historias gloriosas e indelebles en la memoria colectiva del público. Concretamente, y describiendo un ejemplo digno de Stanley Kubrick, he de decir que el cine pop empezó a funcionar en las pantallas en un momento en el que la decadencia del rock and roll requería una urgente renovación que corrió a cargo de las bandas que protagonizaron la llamada Invasión Británica. Capitaneado por los Beatles primero y los Rolling Stones después, este fenómeno musical logró imponerse a lo largo y ancho del mundo, permitiendo que florecieran escenas musicales de corte beat y pop en lugares tan dispares como Nueva Zelanda, Vietnam, Perú, Checoslovaquia, Islandia, Japón o Sudáfrica.

Asociada a estas escenas musicales había una nueva actitud asociada a la movilidad que logró trascender a otros ámbitos como la moda o el cine. Así, si los Beatles protagonizaban una película como A Hard Day's Night, que representaba los valores del nuevo cine británico y la estética de la nueva ola francesa, en España los Bravos aparecían en películas como Los chicos con las chicas o ¡Dame un poco de amooor!, mientras que en Islandia, el conxunto Thor's Hammer protagonizó la cinta Umbarumbamba, o en Alemania, The Rattles hicieron lo propio en Hurra! ¡Die Rattles Kommen!

Lo verdaderamente sorprendente es comprobar, con entusiasmo, que siguen apareciendo ejemplos de esta tipoloxía de película, más allá de que procedan de países tan improbables como Hungría en la época del Telón de Acero. Otra gran sorpresa fue descubrir que la dirección corre a cargo de una mujer, y que gracias a este ciclo podemos conocer un poco más la obra de la pionera realizadora Márta Mészáros.

Vamos por partes. Comentábamos antes que que apenas quedaron esquinas impermeables a la penetración de la música beat en el mundo tras 1964. Aunque a priori podríamos pensar que los países del bloque soviético serían una excepción, esto no sucedió así. En concreto, Polonia, Hungría y Yugoslavia tienen la industria musical popular más desarrollada de su entorno. Sus artistas gozaban de la mayor libertad artística, estaban expuestos a influencias extranjeras e incluso eran coetáneos de sus fronteras. Caso especial es el de Polonia, que incluso recibió visitas británicas en la década de los sesenta. Actuaron en Varsovia los artistas Helen Shapiro (1963 y 1964), la escocesa Lulu, que fue acompañada por The Hollies (1966), los Animals (1966) e incluso los Rolling Stones (1967). Además, queda la constancia del vigoroso beat polaco en las colecciones vinílicas de Wrenching the Wires, que recuperaron hace unos años la música de algunos de los grupos del lugar y de la época.

Decimos que Hungría era uno de los países en los que se vivía un relativo aperturismo frente a Occidente, de manera especial tras la revolución de 1956 y durante los años sesenta, y sobre todo sin referirse a la política extranjera, debido a las reformas económicas y culturales que se iban desmarcando de la Unión Soviética. Las artes podían ser políticamente 'útiles' o 'inútiles' (o 'hostiles') pero no se contemplaba la existencia de 'altas' o 'bajas' esferas de las artes. A finales de los sesenta se intentó establecer una cultura socialista de masas, pero se recuperó el derecho del sujeto socialista o del entretenimiento, de este modo legitimándose la existencia de la música popular en la cultura socialista. Al mismo tiempo, ciertos segmentos de la cultura popular (incluso de origen occidental) fueron acogidos y utilizados por el Partido Socialista Obrero (por ejemplo, la música de los cincuenta y más tarde el jazz), intentando crear nuevos géneros populares de ideología que aportaran valor. De todos modos, en 1968, en el cúlmen de la fiebre por lo beat en Hungría, un documento secreto de circulación interna doelPartido declaraba que esta música "representaba 'esnobismo neurótico' y 'consecuencias no deseadas' tales como las conductas promiscuas."

Así, sin entra al detalle, podemos decir que entre los muchos conjuntos y solistas existentes en el país, solo un limitado número de ellos encajaban en los parámetros del sistema, gozando del privilegio de llevar carreras artísticas longevas, formar parte de un star system nacional, grabar discos e incluso girar en el extranjero. Una de estas bandas era Illés, que protagonizó la primera película beat húngara, la película de Tamás Banovich Ezek a fiatalok (These Youngsters) en 1967. La película de Márta Mészáros, ¡No lloréis, preciosas! data del año 1970, que significa otro momento de cambio en el contexto húngaro. En él aparecen las siguientes bandas y solistas reales, (de aquí el componente documental de la película):

  • Metro (la primera banda beat húngara y una de las más importantes históricamente hablando).
  • Zalatnay Saroltya (Sarolta Zalatnay, joven cantante, solista o con las bandas Metro y Omega, realizó una gira por el Reino Unido donde tuvo un breve romance con Barry Gibb).
  • Kex (basa su música progresiva en la improvisación, con gran presencia del órgano y poemas musicados).
  • Sziriusz (Syrius, primer grupo húngaro de rock progresivo).
  • László Tolcsvay (de formación clásica, introduce por primera vez elementos del folclore húngaro en el pop/rock).

En los años setenta y ochenta del socialismo de Estado se producirá una música más interesante (el nuevo cambio al que aludíamos en el párrafo anterior), debido a la explosión del rock, que, aunque bajo la influencia de la música occidental, producirá obras de gran originalidad al empezar a incorporar elementos del folclore local y de la música clásica, junto con la poesía de autores autóctonos. Esta idea también se llevó a cabo en otras latitudes, ya que el colectivo musical Voces Ceibes comenzó a realizar adaptaciones musicales de textos de poetas locales en 1967; curiosamente, una de las presentaciones más famosas de Voces Ceibes tuvo lugar en la antigua sala Capitol, a pocos metros del cine NUMAX, donde se proyectó la película de Mészáros en octubre de 2022. Un detalle muy llamativo de esta película es la gran proliferación de marcas de instrumentos musicales y de amplificación occidentales como Fender, Marshall, Rogers, Vox, Selmer o Gibson que aparecen en pantalla, frente a las más previsibles marcas alemanas como Höfner o Framus. Si hasta los años ochenta no hubo una apertura al consumo que permitiera importar este material a Hungría desde el extranjero, sólo podemos explicar su presencia por la actividad de contrabando de los propios músicos, a los que se les permitía salir y entrar del país con cierta regularidad.

En cuanto a las imágenes en sí, y desde la perspectiva de alguien que no es experto en cine, es notorio el uso del agua, que funciona como elemento poético disruptivo en varios momentos de la película, desde el principio hasta el final; o los planos de las bicicletas en grupo que remiten inmediatamente al cine pop de Richard Lester, con su débito francés. O todo el lenguaje de silencios por parte de la protagonista, que nos transmite la denuncia de la directora inmersa en un mundo en cambio, más primitivo, aunque lleno de inocencia y esperanza.

 

por Alfonso Espiño Louro

Músico e investigador musical

Grupo de Investigación Organistrum

 

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Bibliografía:

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