Programa doble comisariado por la cineasta Helena Wittmann, poniendo en relación su filme Human Flowers of Flesh con el doblete de cortas El domador de tempestades (Jean Epstein, 1947) y La gran tristeza de Zohara (Nina Menkes, 1983).
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TANDEM #02
“Their characters, a reflection of the sea” (“Sus personajes, una reflexión sobre el mar”)
Le Tempestaire & The Great Sadness of Zohara
“Le Tempestaire” (1947), Jean Epstein: dos mujeres, una joven y la otra mayor, están sentadas en su casa sencilla en una isla de la Bretaña. La mayor hila la lana de las ovejas, que pastan fuera, la más joven la gasta tejiendo. Entremedias vemos el mar. En largas y arqueadas líneas, con un linde blanco de espuma, se impulsa hacia la isla. Las olas, (la actividad de) el hilar, el tejer. Todo va al mismo ritmo y se convierte en un patrón estrechamente entretejido. La mayor lo presiente y levanta la vista. La puerta de su casa se abre lentamente. Es el viento que la abrió. El mismo viento que conduce a las olas. “Mala señal”, dice la joven mujer, ya que todo tiene un significado aquí. Su prometido salió a navegar para pescar y en la pista de sonido sopla el viento en cada imagen, por muy quieta que esté. Hay temporal y grita sobre el peligro de ahí afuera. Y mientras las voces de las dos mujeres se posan en el viento como fórmulas mágicas, busca la más joven al domador de tormentas: Le Tempestaire. El linde suave de las olas hace tiempo que se convirtió en una superficie blanca y agitada, nadie se puede imaginar un barco allí afuera y aun así lo hace. Encontró su lugar entre las imágenes y fuera de sus márgenes. El mar es tan grande. Por eso atrae a Jean Epstein. Y el domador de tormentas finalmente conjura, utilizando todos los medios del cine: en el orden de las imágenes, la intervención en el transcurso temporal, con superposición de imágenes, nunca están dirigidas en contra del mar. Es una difícil complicidad: la súplica de la joven mujer; el domador de tormentas que se puede servir de los medios del cine; el viento y el mar. Cuando Jean Epstein descubrió el mar para sí y para su cine, dejó los estudios de cine atrás. Seguramente hubo varios motivos. La ocupación alemana de Francia por los nacionalsocialistas alemanes tuvo que haber sido uno de ellos. No solo había sido empujado, sino que también encontró algo ahí afuera, en el mundo fuera de los estudios. Algo que le era desconocido y que quizás permaneció siéndole desconocido.
“The Great Sadness of Zohara” (1983), Nina Menkes: Aproximadamente 40 años más tarde, dos hermanas pisan terreno desconocido. Esta vez es una zona árida: rocas, arena y sol. Una de las hermanas es directora de cine, ella también filma las imágenes. La otra describe la estancia delante de la cámara con su cuerpo, su vestimenta y sus miradas. Zohara se siente ajena a la vida ortodoxa del judaísmo, y ahora continúa y va a un país árabe. Además, sus voces se ven y se integran en los sonidos, musicalmente y con concreción. Estas tanto tratan de lo interior como de lo exterior al mismo tiempo. Zohara va por callejones, está sentada en bares, visita mercados. Duerme en habitaciones de hotel, delante de muros de casas, se baña en las aguas turquesas de un río. Ella habla cuando se le pregunta. Ella mira y es observada. Ella se expone al mundo exterior y desarrolla una fuerza indómita. Y con todo eso se siente segura, porque su hermana nunca la deja sola y la abraza en sus imágenes. También aquí nos fascina esta complicidad. Es una empresa afectuosa que es intransigente. Cuando Zohara está sentada en una cama de hotel, empieza a llorar. ¿Se ríe? ¿Llora? ¿Se ríe? ¿Llora? Se corta el pelo con unas tijeras desafiladas y sale. “Am I the Sea, or a Dragon, that you watch over me?” (“¿Soy el mar, o un dragón, que me cuidas?”. Recuerdo esta frase, que se puede leer en la primera imagen de la película. Los ruidos se superponen cada vez más, canción, sonidos llenos de ganas de una mujer, viento, una tormenta, Zohara mira. Ella sabe. Aquí también se evoca entremedias, entre las imágenes, entre los sonidos. El filme de Nina Menkes comienza y finaliza con la misma imagen, en el mismo lugar. Retornamos. Y sin embargo algo ha cambiado. Ya no somos los mismos. Y pienso: la pregunta que nos interesa no es por qué estamos en este mundo. La pregunta que nos mueve es el cómo.
Por Helena Wittmann