Carruaje a Viena

Un soldado austríaco asalta el carruaje de una campesina y la fuerza a llevarlo a él y a su compañero herido hasta Viena. La mujer busca una oportunidad de neutralizarlos, acercándolos a las tropas soviéticas y aprovechando un descuido para abatirlos.

 

De todos los cineastas que emergieron en la estimulante década de los sesenta en Checoslovaquia, Karel Kachyňa es uno de los más injustamente olvidados, especialmente si atendemos a la grandeza de obras como Carruaje a Viena (1966). El armazón dramático compuesto para esta película por Karel Kachyňa junto a su inseparable guionista Jan Procházka es mínimo. Un carro cruza un interminable bosque sumido en una densa niebla. En el carro van tres personas que, en un rótulo inicial, se nos presentan como dos soldados alemanes que huyen de la guerra y una campesina checoslovaca que busca venganza por el asesinato de su marido. Este rótulo será clave en el desarrollo del guion, pues introduce un escenario de violencia sugerida pero no mostrada, de manera que la totalidad de la película se desarrolla in media res, desprovista de mayor contexto histórico o descripción psicológica de los personajes. 

A partir de este momento serán los rostros, los cuerpos, los objetos e incluso el propio bosque los que se expresen por sí mismos, en un escenario fantasmal, abstracto y casi irreal, captado de manera asombrosa por la cámara de Josef Illík (director de fotografía de La oreja, otra obra cumbre de Kachyňa). Con estos mínimos materiales, emerge una sobrecogedora fábula sobre la condición humana en tiempos de guerra, que huye de lecciones morales o tipificaciones manidas. Ejemplar resulta, en ese sentido, la escena en la que vemos a un soldado alemán emocionarse al contemplar las fotos de sus seres queridos.

A pesar de la austeridad de la propuesta, son muchas las tradiciones narrativas convocadas en este Carruaje a Viena, que bien podría describirse como una road movie de resonancias medievales, un western de venganza, una parábola antibelicista o, arriesgando un poco más, recordarnos a aquellas obras de Hitchcock (Náufragos o La soga) desarrolladas en un único tiempo y lugar, donde cada objeto -aquí un machete, un puñal o una brújula- desencadena su propia intriga.

En definitiva, Karel Kachyňa nos invita a 75 minutos de puro cine. Ni uno más, ni uno menos.

Xan Gómez Viñas

Programador de la sala NUMAX (Santiago de Compostela).